Por determinados misterios de la comunicación, muchas veces la palabra inconformidad suele ser mirada de reojo, asociada con lo negativo; paradójicamente atendida con inconformidad. Sin embargo, criticar es una ventaja evolutiva.
Miles de años atrás, una persona inventó la rueda y alivió su tarea al acarrear objetos. Luego alguien miró con ojo crítico aquel aparato de tracción manual: era lento, pesado; tal vez si fuese más grande; tal vez si lo tirase un buey o caballo… Y así surgió el carretón. En fin, gracias a una larga sucesión de inconformes, hoy tenemos camiones.
Uno de los mayores inconformes que ha tenido nuestro país –si no el más– ha sido Fidel. Recientemente asistí a un evento en Sancti Spíritus que abrió espacios para reflexionar sobre los 20 años del Sistema de Ediciones Territoriales en Cuba, proyecto popularmente conocido como Riso, que en ese tiempo ha permitido publicar más de 5 000 títulos y más de cuatro millones de ejemplares en todo el país.
La idea surgió en 1999, en ExpoCuba, durante una reunión con directores municipales de cultura, en la que, de repente, Fidel preguntó: «¿Dónde puede publicar su primer libro un genio que, digamos, viva en el municipio de Colón?». Le explicaron que el país contaba con decenas de editoriales; que estas habían publicado decenas de miles de títulos en los años de Revolución; le explicaron…
Parecía perfecto lo hecho. No solo se habían publicado miles de autores nacionales, sino también los clásicos. Fidel, sin embargo, consideró que no era suficiente, y entonces surgió uno de los proyectos más inclusivos que en materia cultural podía soñarse: la creación de 22 nuevas casas editoriales repartidas por cada una de las provincias.
En 1943, Virgilio Piñera publicó un libro medular: La isla en peso. Eran 120 ejemplares numerados que debió regalar casi en su totalidad. Dos años antes, José Lezama Lima había publicado otro libro imprescindible para la literatura universal, Enemigo rumor, e igualmente fue un desastre de ventas. Casi todos los importantes autores cubanos de aquella época sufrieron igual angustia. El propio Lezama cierta vez relató la amargura de Eliseo Diego ante los 300 ejemplares de su libro En la calzada de Jesús del Monte que no lograba vender.
Tal estado de cosas cambió luego de 1959. Una de las primeras medidas tomadas por Fidel al triunfar la Revolución fue crear la Imprenta Nacional. Ya para entonces eran cotidianas las agresiones terroristas, de las que no escapaban los espacios culturales. Se incendiaban y tiroteaban cines, salones de baile, círculos sociales… Sin embargo, el primer libro que se publicó no fue un manual de milicianos, sino El Quijote, y, a continuación, vieron la luz obras de Neruda, Vallejo, Darío y muchos escritores cubanos.
Yo nací y me hice adulto en Taguasco. Allí no hubo instituciones culturales hasta que otro inconforme, Armando Hart, se empeñó en lograr que cada municipio del país tuviera museo, biblioteca, galería de arte, casa de cultura, asesores literarios… Antes del 59, ni librería teníamos en Taguasco, porque ni valor de mercado había para elementales negocios de la cultura.
Recientemente, a raíz de críticas e inconformidades de un grupo de artistas y escritores que se manifestaron frente al Ministerio de Cultura, un amigo, escritor español, me contactó por Messenger. Había leído en el diario El País una versión muy ajena de los hechos, y empezó por preguntarme si en Cuba había que pagar para publicar un libro. Era obvio que hablaba por su realidad, en la que una gran mayoría de autores debe involucrarse económicamente para ver editadas sus obras. Desde luego que no, le respondí, aquí todos los autores cobran derecho de autor sin que importen las ventas.
¿Y quién decide lo que se publica? Los propios escritores, dije. Tanto los lectores especializados que evalúan los textos, como los consejos editoriales que finalmente deciden el plan editorial, están conformados por autores relevantes. Presentas tu libro a la editorial, y este es apreciado únicamente por sus valores literarios.
Noté dudoso a mi amigo español. Es natural: raro es que en este mundo alguien ponga dinero para que otro decida qué hacer con él. Los humanos estamos más preparados para las reglas que para las excepciones… Desde luego, excepto los inconformes, para quienes la opinión crítica es la regla.
En Sancti Spíritus tenemos gente inconforme. Del 14 al 16 pasados se celebró la XXXI Jornada de la Poesía, un evento que debió realizarse meses atrás y fue suspendido por causa de la covid-19. Perfectamente pudo primar la conformidad, usarse ese factor como pretexto para su suspensión definitiva. Pero no fue así. Se organizó tomando las precauciones que orientan las autoridades sanitarias; en Jatibonico, tuvimos una extensión de dicho evento.
En el portal de la librería se colocó un equipo de audio, y se leyeron poemas a transeúntes y a otros vecinos que hacían sus colas en establecimientos cercanos. Las personas se acercaban a las mesas y compraban libros de Dulce María o Fayad Jamís, poeta al cual se dedicó la Jornada. Estoy seguro de que esos proverbiales inconformes llamados Eliseo, Virgilio y Lezama, esta vez se hubieran sentido muy conformes, de haber estado allí.
En el evento sobre el aniversario XX de la Riso –al que antes me referí– no solo hubo celebración, sino también opinión crítica. La sociedad evoluciona y los tiempos demandan saltos. Nos hemos quedado detrás en la edición de libros digitales y en la promoción internacional de autores. No puede haber conformidad cuando el papel es costoso y se obtiene a cuenta de un daño ecológico. Vivimos en un mundo interconectado y lo inteligente es aprovechar las oportunidades que esto brinda.
En fin, creo que toda opinión emitida sobre cualquier aspecto de la realidad social entraña una visión crítica, pues la diversidad de puntos de vista es lo natural entre los seres humanos. En cualquier caso, si alguna objeción ha de hacerse, no sería a la crítica; tal vez al criterio que la sustenta. Criterio es una palabra de origen griego que significa «juzgar», «razonar», «discernir». No podemos hacer una crítica efectiva si esta no se ampara en lo racional, en lo sensato, en lo justo. Alguien que no recuerdo dijo que el buen criterio es la esencia del liderazgo. Comparto totalmente esa opinión.
(Tomado de Granma)
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