Crítica de la crítica: Halloween VS. los demonios y cubanía ¿Al bate o en el círculo de espera? ESPERA?

Nos preocupamos mucho por el paso cada año más sólido de Halloween por Cuba,   dije sólido porque se expande y el número de personas que lo asumen va en crecimiento. De seguro no hay estadísticas para demostrar, pero, ojos vistas, se hace indetenible.

Fidel nos advirtió que el mundo se había convertido en una aldea global, lo dijo en aquel memorable discurso del 3 de febrero de 1999 en la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, cuando acudió a la toma de posesión de Hugo Chávez para su primer mandato.

Por entonces, aún el siglo veinte no había llegado a su fin. 24 años más tarde, ya el mundo no es una aldea, es una cuadra o una manzana, la Internet con sus redes sociales digitales producen una inmediatez en la comunicación increíble hace sólo unas décadas. Las preguntas son ¿Qué se globaliza? ¿Quién lo hace y cómo lo logran?

La producción de los soportes tecnológicos que propician esos servicios es prácticamente monopólica de varios países asiáticos, pero la producción espiritual que por ellos se transmite tiene un sello “Made in USA”, ni siquiera sus aliados extracontinentales tienen un espacio seguro en el dominio de la Internet.

Todo lo que no se oferta por los magnates de esas redes es “alternativo” sin mucha alternativa  -valga el juego de palabras- contra la hegemonía que manipula a su antojo el consumo cultural de millones de seres humanos.

A Cuba llegó de Norteamérica el jazz en las décadas iniciales del siglo XX, el rock a finales de los años 50 de la propia centuria, el Hip Hop en los 80 y ya llegó Halloween, se posesiona y vaticino desde estas páginas que perdurará y extenderá su celebración. Es inevitable.

Las relaciones políticas, económicas y sociales de este archipiélago con la América del Norte anglosajona comenzaron en 1762, hace ya más de dos siglos y medio, cuando la mayor flota británica que jamás había cruzado el Atlántico, hizo el trayecto hasta las 13 colonias y allí se sumaron hombres y alijos para invadir La Habana.

Entre aquellos 10 mil hombres con 600 barcos y dos mil cañones que atacaron la ciudad más codiciada de Hispanoamérica, entre el 6 de junio y el 12 de agosto de aquel 1762, vistiendo casacas rojas, no sólo había oficiales y soldados de las islas al norte del Canal de la Mancha, había muchos milicianos de las 13 colonias atlánticas, entre ellos George Washington, un propietario de bienes y servicios de la colonia de Maryland que en la década siguiente sería el general en jefe del llamado Ejército Continental, que luchó por la independencia de las colonias y a la postre, en 1787, fuera electo el primer presidente de la federación que adoptó el nombre de Estados Unidos de América.

El 12 de agosto del 62 el capitán general Juan del Prado Portocarrero rindió la plaza fuerte después de dos meses y medio de brava resistencia criolla y peninsular y los once meses siguientes fueron de ocupación militar, libre comercio y penetración cultural. La suerte estaba echada, los siguientes 251 años hasta el día de hoy, han sido inexorablemente marcados por una relación entre las dos culturas y Halloween tardó en llegar, pero forma parte de ese fenómeno.

Más allá de Cuba, la noche de brujas originada en los mitos de los pueblos del norte europeo, se ha globalizado hacia los cuatro puntos cardinales y todos los continentes. Países tradicionalmente budistas, hinduistas, mahometanos y católicos, no han escapado de esa festividad. Globalizar la cultura de ellos no es una consigna para la oligarquía dominante en Estados Unidos, es un objetivo bien delineado, y en el caso cubano, la cercanía geográfica, las familias divididas en ambas orillas del estrecho de la Florida y el vínculo cultural iniciado 14 años antes de firmarse la declaración de independencia en Filadelfia el 4 de julio de 1776, lo facilita.

Halloween no es dañina, es hasta inocente y atractiva, lo que sencillamente no forma parte de nuestra cultura con sus raíces aruaca, hispana y africana. Prohibirla y satanizarla sería un camino incorrecto, y también lo sería, promoverla y estimularla. Pienso que llegó, que no se irá, que cualquiera en su marco privado y familiar debe sentirse libre de celebrarla, pero no oficializar Halloween, no hacerlo desde los centros culturales, sean de propiedad pública o privada, porque nuestra política cultural no va encaminada a continuar la colonización cultural de que somos víctimas hace siglos, sino a descolonizarnos.

A su vez, debemos considerar un acto de lesa cultura, desvirtuar la festividad de Halloween. Como cualquier otro elemento cultural que nos llega de fuera, se acriollará o “aplatanará” como solemos decir. Sucedió con el rodeo, que nos llegó de allá. Nunca asimilamos la corrida de toros que España trató de importarnos, sin embargo, el rodeo nos llegó del western y se quedó, pero “aguajirado”. El jazz influyó en el formato orquestal del son incluyendo nuevos instrumentos, pero siguió siendo el son. Adoptamos la jazz band para el mambo y otros géneros, pero la música que interpretamos siguió siendo cubana. Después de Chano Pozo, surgió el jazz latino o cubano. Nuestro rock asumió la cubanía que merecía y el rap cubano es distinto al que se hace en las calles de Nueva York.

Algún día, tal vez, haya un Halloween a lo cubano. Lo que sí es criminal es cambiar los trajes de brujas y calabazas con ojos, por Ku Klux Klan o por Adolf Hitler. Ambos hechos, a la distancia de un año y 800 kilómetros, entre ellos, atentan contra la tradición de una festividad bella y noble y a la dignidad humana. Son hechos neofascistas y racistas que nada tienen que ver con un Halloween a lo cubano que parece estarse perfilando.

La supuesta ingenuidad apolítica no existe. Halloween es noche de brujas, no de demonios. Me horroricé al escuchar calificativos de “juicios encontrados o polémicos”, porque, sencillamente en un concurso, el traje premiado era “por original o por estar bien confeccionado”. No hay en eso juicios controversiales, hay apología a la ideología inhumana.

Hay que tener cuidado también con otras festividades. Nuestra navidad, ha sido siempre un día para descansar después de una “nochebuena” familiar. En nuestra tradición navideña sí hay arbolitos con nacimientos del niño Jesús, pero no hay intercambio de regalos, ni Santa Klaus, ni juguetes.

El “Santa” con su jo, jo, jo… no es nuestro. En nuestra religiosidad de origen católica sería San Nicolás de Bari y no trae juguetes. ¿Qué hacen empleados de tiendas, cafeterías y restaurantes vestidos de “Santa” en Cuba?

Nuestros juguetes los trajeron siempre los reyes magos Gaspar, Melchor y Baltazar los 6 de enero, nunca un Santa Klaus los 25 de diciembre ¿Por qué cambiar? ¿Acaso un día celebraremos la “acción de gracias” también?

Las parrandas, los carnavales, paseos de carrozas y comparsas, las congas, arrollar, las fiestas patronales, las retretas, las rumbas de cajón, los bembés, los tambores, los guateques, las controversias, las descargas, los motivitos, los bonches, los güiros, las fiestas de 15, los recitales, los conciertos, los bailables, las nochebuenas, los 31, las ferias, las ruedas de casino… ¡esas sí son festividades cubanas! ¿Las divulgamos, las promocionamos, las apoyamos… lo suficiente?

La cubanía como cubanidad consciente, no basta con decirla sino hacerla cada día. Un romano, en una situación como esta diría: ¡la mujer del César no basta con serlo, sino parecerlo!
Autor: ROLANDO JULIO RENSOLI MEDINA

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