Como si fuera una guitarra: Vladimir Rodríguez ensaya la Nación

Me gustaría saber que soy un héroe anónimo,
eso me daría ánimos para entrar y venderme
como si fuera una guitarra,
aunque mientras voy y voy al matadero

Víctor García Robles (Oh, Hamlet)

La Patria, la Nación, la Nacionalidad, son algunas de las más insondables entelequias a que se enfrenta un ser humano, dado que trascienden las muchas veces insalvables fronteras de sus narices, desplazando al ego como absoluto axis mundi para finalmente delatar al individuo como fracción (creativa, evolutiva y auténtica) de un sistema en perenne y muy compleja dialéctica.

 

Si Patria es Humanidad, al decir de José Martí, entonces la Patria pudiera verse como una construcción humana arbitraria, ya sea íntima o social, a veces consensuada, a veces muy secreta para compartirla con el prójimo, por resultar infidente desafío a lo normado como patriotismo, nacionalismo, nacionalidad en determinado momento histórico, donde cada ente pensante se interroga sobre si  perpetuar rígidamente el legado fundacional o lo emplea como crisol para transmutar nuevas maneras, formas y procesos que a la larga pudieran deformar (¡¿traicionar?!) hasta lo irreconocible la herencia original. Deviene quizás la Nación un perpetuo alumbramiento, una constante transfiguración a manos de cada persona que opta, desde el inalienable derecho de la volición, por apropiarse, devorar y metabolizar su entorno en un proceso de construcción-deconstrucción colectiva que no se detiene.

La responsabilidad, la capacidad de elección y el compromiso ético del ser con el contexto, lapsos casi ineludibles de este proceso de aprehensión (¿epifanía?) de lo nacional como proyección del individuo y viceversa, son constantes conceptuales en la obra personal de Vladimir Rodríguez, que se subliman en la exposición personal Como si fuera una guitarra, donde el artista sostiene un diálogo gráfico de alta carga lírico-simbólica con la nación que lo engendró, que lo engendra cada día, como fruto sociocultural que es en permanente modificación, en consustancial cuestionamiento de la matriz patria.

Inaugurada recientemente en la Galería Mateo Torriente, de la UNEAC en Cienfuegos, los grabados en metal integrantes de la muestra, vienen a ilustrar desde la nítida alegoría que resulta la muy hierática y viril Palma Real, como encarnación visual de la médula esencial del país, el complejo ejercicio ético-intelectual y casi místico de saberse uno mismo, individualidad integrante de esquemas que lo trascienden y a la vez dependen de él. Es la Nación lo Uno y lo Todo a lo que Martí se consagró (fusionó) en mortal sacerdocio (v. Porque cada palabra tiene historia), Es lo imaginado y lo concreto. El camino transitado, por transitar y por trazar. Es el Alfa, la Omega y el Aleph.

Así, la Nación heredada, carga más pesada que lo alguna vez elucubrado por el titán Atlas en su peor pesadilla (v. Hasta rendir montañas y amasar estrellas; Las piedras de luna indecisa; En la fertilidad crecía el tiempo; Como el sueño de una semilla); resulta a su vez, como Nación proyectada, grácil ilusión de niño, izada hasta el firmamento de lo (im)posible (v. De nítida fe), o bien muelle césped desde el cual vislumbrar utopías y diluir horizontes (v. Tras el velo inconsútil del horizonte). También es válida protección (v. Llevo a compraventa el corazón) y recurso de salvamento (v. Sin ahorrar ni siquiera el delirio) contra los hegemonismos endógenos y exógenos, además de aguzado instrumento para escribir, defender (v. Como un poro del alma; The champions), engendrar (v. El delgado suspiro de la luz) y concebir a propia imagen y semejanza, el segmento de Historia que corresponde a cada uno (v. Apaciento mi rebaño de sueños).

Por otro lado, la Nación y la nacionalidad, ergo la Patria y el patriotismo, tras un proceso evolutivo que del básico apego al espacio habitado resulta en madura concepción sociocultural (v. Las cosas que hicieron nuestra sangre), requiere expandirse hacia nuevos y desconocidos estratos (v. En la dirección correcta) en este mundo, donde se volatilizan todos los límites, todos los cánones, para reconfigurarse en aún ignotos estados de ser, por senderos que no comulgan precisamente con la muy básica línea recta, sino sugieren modelos tan complejos como la espiral (v. Nutrir la luz). Nación es, en gran medida, pensar, soñar y hacer (v. Mi rostro de multitudinaria virtud; Los mundos sutiles; Se da salvaje la esperanza), no contentarse con lo pensado, lo hecho y lo conjeturado por otros (v. No hablar de lo prometido).

Consecuentemente con las concepciones manejadas, en tanto la Nación como plural unidad de diferencias y singularidades, Vladimir articula las piezas de indiscutible autonomía semiótica, en un mayor esquema que en este caso opta por la forma geográfica más comunmente empleada para simbolizar la Nación: la Isla de Cuba, sin pretender a estas alturas que lo cubano y Cuba estén determinados por meras fronteras físicas.

Teleológica sin que la recurrencia iconográfica la torne tautológica; filosófica a la par de emotiva, visceral y poética, sin excluir lo lúdico, el ingenio y hasta lo ornamental, Como si fuera una guitarra vadea en todo momento las llanezas pintoresquistas que en las grafías cubanas publicitarias, propagandísticas y comerciales, enferman a la Palma Real y a muchos otros símbolos y atributos criollos, delatando en su artífice un intenso sujeto pensante, participante, fruto que reconoce en sí la idea del árbol futuro y las raíces de los bosques ya desaparecidos.

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