«Era su tipo el de las vírgenes de los más célebres pintores. Porque a una frente alta, coronada de cabellos negros y copiosos, naturalmente ondeados, unía facciones muy regulares, nariz recta que arrancaba desde el entrecejo, y por quedarse algo corta alzaba un si es no es el labio superior, como para dejar ver dos sartas de dientes menudos y blancos.
Sus cejas describían un arco y daban mayor sombra a los ojos negros y rasgados, los cuales eran todo movilidad y fuego. La boca tenía chica y los labios llenos, indicando más voluptuosidad que firmeza de carácter. Las mejillas llenas y redondas y un hoyuelo en medio de la barba, formaban un conjunto bello, que para ser perfecto solo faltaba que la expresión fuese menos maliciosa, si no maligna».
¿Qué cubano podría dudar al leer estas líneas cuál es el personaje que con palabras se dibuja? Para los letrados, saberlo no es mérito. Para los que nada tienen que ver con los libros, el solo hecho de asistir a la escuela, obligatoria en la Isla hasta el 9no. grado, les permite, por estar en sus programas de estudio, la respuesta.
Distinguir a Cecilia no resulta difícil, como tampoco recordar el argumento en el que la bella criolla, personaje central de la más célebre novela del siglo XIX cubano, Cecilia Valdés o La loma del Ángel, desconoce que Don Cándido de Gamboa es su padre, por tanto, tampoco alcanza a saber que su amado Leonardo es medio hermano suyo. Dolida por la traición de su amante, que decide casarse con Isabel de Ilincheta, pide a su fiel pretendiente José Dolores Pimienta que la mate, y este termina ultimando a Leonardo.
La obra, como se sabe, se le debe al narrador, periodista y patriota Cirilo Villaverde, nacido hace 205 años, el 28 de octubre de 1812, en el ingenio Santiago, muy cerca del pueblo de San Diego de Núñez, en Pinar del Río, y fallecido en Nueva York, también en este mes, en 1894.
El horizonte costumbrista de la vida cubana en las primeras décadas del siglo XIX se despliega en estas páginas donde quedan referenciados los flagelos sociales que fustigaban a la Isla entonces, la crudeza de la esclavitud, la división de clases, la discriminación racial, el enriquecimiento de los sectores arribistas, la desprotección de los más vulnerables.
Profundamente angustiado por haber construido un cuadro «tan sombrío y de carácter tan trágico» y con «los colores más oscuros» puso punto final a la más afamada de sus narraciones y de su época; y aunque para él hubiera sido más fácil escribir un «idilio o un romance pastoril», el resultado no habría sido la toma precisa que significó el texto donde quedaron al trasluz descritas costumbres y pasiones de un pueblo que sufrió hasta la médula el despotismo de las leyes coloniales.
Villaverde fue fiel a la necesidad de narrar con realismo una historia donde cuentan personajes que existieron, del mismo modo que lo fue con Cuba. Habiendo llegado a La Habana en 1823 para estudiar pintura, filosofía y derecho, y trabajar como periodista y maestro; en su haber pedagógico rezan, numerosos títulos, entre ellos, un Compendio geográfico de la Isla de Cuba (1845).
En 1849 consigue escapar hacia Estados Unidos. Había sido hecho prisionero cuando fue descubierta la conspiración de La Mina de la Rosa Cubana, de 1848, donde había actuado como propagandista arduo, en defensa de las posturas independentistas, y en contra de los derechos de la corona española.
Haberse radicado en el extranjero, donde se casa con la destacada activista política Emilia Casanova, no significó el fin de la lucha sostenida por Villaverde quien, como tantos otros cubanos, usó como arma la voz comprometida.
En el prólogo que firmara al ver la luz la primera edición de Cecilia…, en 1879, lo dejó muy claro: «Tras la nueva agitación de 1865 a 1868 vino la revolución del último año nombrado y la guerra sangrienta por una década en Cuba, acompañadas de las escenas tumultuosas de los emigrados cubanos en todos los países circunvecinos a ella, especialmente en Nueva York. Como antes y como siempre troqué las ocupaciones literarias por la política militante, siendo así que acá desplegaban la pluma y la palabra al menos la misma vehemencia que allá el rifle y el machete».
A modo de dedicatoria, la obra deja ver en su página inicial la siguiente rúbrica: «A LAS CUBANAS, Lejos de Cuba y sin esperanza de volver a ver su sol, sus flores, ni sus palmas, ¿a quién, sino a vosotras, caras paisanas, reflejo del lado más bello de la patria, pudiera consagrar, con más justicia, estas tristes páginas? El autor».
Con el justo reconocimiento a sus faenas literarias y políticas dejó este mundo Villaverde, consciente de la obra que legaba a la literatura decimonónica y nacional; lo que no sabía era que de la mano de Cecilia, su nombre, bañado ya desde entonces de gloria, llegaría 200 años más tarde a ser una de esas investiduras ineludibles cuando se citan las joyas de la cubanía.
(Tomado de Granma)
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