Cinco años sin Juan Padrón, cubano raigal

Tenía diez años justos cuando me adentré, dentro de una sala oscura, en el universo de Elpidio Valdés. Era 1980 y, un calendario antes, Juan Padrón había estrenado el primer largometraje de la legendaria saga. Aquella fue una de esas películas que no se olvidan, que quedan para siempre dando vueltas entre el encéfalo, la retina y las papilas.

También las papilas, porque a Elpidio –el filme mencionado, los demás, y la batería de cortometrajes iniciada en 1974– hay que saborearle su gracejo criollo, su cabal cubanía, el orgullo nacional encerrado en dibujos de patria y dignidad, el amor y respeto de sus personajes, tanto por el prójimo como por el suelo que nos vio nacer, y que estos fotogramas instan a defender sin vacilar.

Mi historia personal de apreciar el universo Elpidio, una y otra vez, cuan largo fue, la heredaron mis hijos, quienes –primero en un viejo reproductor de vhs y luego en el primer dvd hogareño– vieron y repitieron cada uno de los títulos hasta la saciedad.

Desafortunadamente, a veces suelo preguntarles a algunos niños de la actualidad por María Silvia o Palmiche, célebres personajes de la saga, y no tienen idea de sobre quiénes les hablo. Es doloroso, pero cierto, y eso demuestra el desinterés de sus padres por permitirles acceder a esa riqueza audiovisual.

Juan Padrón –de quien ayer se cumplió el lustro de su desaparición física– expresó en 2019: «No me gustaría que me enterraran y enterraran también a Elpidio. O que se fuera diluyendo en el tiempo. Quisiera que fuera un personaje que pudiera seguir en la mente de los cubanos». Ojalá así sea.

A través del referido patrimonio fílmico, Padrón legó largas horas de entretenimiento infantil y familiar; pero además, una iconografía muy reconocible dentro del cine cubano revolucionario y de nuestra cultura.

Elpidio extravasó la pantalla, para convertirse en signo, instancia, motivo vinculado a celebraciones, conmemoraciones, agasajos, hitos patrios. Su fraseología desbordó el celuloide, al hacerse diálogo de pueblo, mediante la absorción de célebres parlamentos ocasionales o muletillas del coronel Valdés u otros personajes.

En grandísima e inestimable parte, Juan Padrón fue Elpidio Valdés, aunque la obra del padre de la animación cinematográfica cubana resulta mucho más abarcadora.

También gestó materiales didácticos durante la década de los 70 del pasado siglo, los Filminutos, Vampiros en La Habana y Más vampiros en La Habana, los Quinoscopios, la serie Más se perdió en Cuba o el cortometraje Nikita chama boom.

Premio Nacional del Humor 2004, y Premio Nacional de Cine 2008, el caricaturista, historietista, investigador, escritor, guionista y realizador cubano –nacido en 1947– constituye un emblema de la pantalla nacional, en cuya cartografía jerárquica ocupa uno de sus puntos distintivos.

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