Cienfuegos, la ciudad pensada

La actual fisonomía de la ciudad de Cienfuegos debe mucho a las regulaciones establecidas por las Ordenanzas Municipales desde mediados del siglo XIX, que velaban por una urbanización ajustada a rigurosas pautas de ordenamiento.

Aunque la planificación física de la futura urbe quedó esbozada desde el momento mismo de su fundación, aquel 22 de abril de 1819, cuarenta años después su perfil urbano todavía estaba lejos de mostrar las características que le valieran a su Centro Histórico la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad, otorgada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en 2005.

Y es que esos reglamentos  —el primero de ellos documentado en 1856— elaborados con el concurso de varios especialistas,  aprobados y hechos cumplir por las autoridades locales, fueron delineando a la que ese órgano de las Naciones Unidas avaló, al distinguirla con ese estatus, como una ciudad cuyo “… elegante y perfecto trazado neoclásico, su trama ortogonal regular deviene en un exponente excepcional del urbanismo del período colonial, junto a la riqueza monumental y ambiental de sus edificaciones, conjuntos y espacios públicos que la cualifican y distinguen”.

Aquellas legislaciones estipulaban, entre otros preceptos, las precisas dimensiones que calles y portales debían tener en el entorno de la Plaza de Armas y los paseos de Vives, Arango, Reina y la Calzada de Dolores, que hoy siguen siendo importantes referentes urbanos de la ciudad.
Parte de las Ordenanzas Municipales de 1895.

Igual de estrictas eran las limitaciones impuestas a la altura de los edificios, para los cuales se establecía un mínimo de cinco metros y un máximo de veinte. Las únicas  excepciones correspondían a los edificios del Estado y a las iglesias, que podían ajustar el tamaño a sus necesidades funcionales y artísticas.

Solo por excepción se autorizaba a levantar edificios más altos en el centro de la ciudad, sobre todo aquellos de carácter artístico monumental o los destinados a usos corporativos, siempre que tuvieran buenas proporciones y la solidez debida.

Otras regulaciones prohibían construir saltillos en las aceras y obligaban a ceñirse al desnivel natural de las calles, así como estipulaban el ancho de las aceras en la  parte más céntrica de la ciudad: toda una tradición de cánones establecidos que pautaron el desarrollo citadino de Cienfuegos, al punto de configurarlo tal como hoy lo conocemos.

Uno de ellos, vigente desde la misma fundación de la Colonia de Fernandina de Jagua, establecía que las vías debían extenderse de norte a sur y de este a oeste, interceptándose entre ellas. Sin embrago, alguna vez estuvo a punto de no ser así.

Un arquitecto cienfueguero, Pedro Martínez Inclán, considerado el primer urbanista de Cuba, presentó ante las autoridades locales un anteproyecto para la construcción de avenidas primarias y espacios libres en la ciudad, que incluía una zona de expansión  residencial, al sureste de la urbe, justo en el entorno de lo que hoy conocemos como Bonneval, la Laguna del Cura y Playa Alegre.
Proyecto de urbanización de Pedro Martínez Inclán para el entorno de la Laguna del Cura.

En aquella época  —finales de la década de los años cuarenta del pasado siglo— Martínez Inclán se desempeñaba como jefe de la Sección de  Arquitectura en el Departamento de Fomento del Ministerio de Obras Públicas, y había cimentado con sus aportes un sólido prestigio profesional, fundamentalmente en la capital del país, donde residía y trabajaba.

Su vocación modernista se expresaba en la importancia concedida a los espacios públicos como articuladores de los atributos esenciales que, a su juicio, no debían faltar en una ciudad: función, belleza y vialidad.

Algunas otras sugerencias de Martínez Inclán se avenían también con criterios profesionales tales como la necesidad de armonizar lo nuevo con lo viejo a partir de un cuerpo regulatorio que evitara el caos en las proyecciones citadinas. 

Por alguna razón, presumiblemente económica, tal proyecto no llegó a ejecutarse. Una vez más, las nuevas urbanizaciones se atuvieron al tradicional principio de un diseño cuadriculado para todo fomento urbano.

De haberse concretado aquella propuesta de Martínez Inclán, los repartos Laredo y Ruiloba hubieran perdido sus calles de trazado cuadricular. Y quién sabe cómo tal precedente habría influido en las proyecciones urbanísticas de Cienfuegos.
(Tomado de 5 de Septiembre)

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