Benny Moré: ¡qué bueno sigue tocando usted!

Benny Moré: qué bueno sigue tocando usted

Benny Moré: qué bueno sigue tocando ustedPor: Ismary Barcia Leyva
16 de febrero del 2009
 

Cuando su voz dejó la vida, el diecinueve de febrero de 1963, un coterráneo suyo, el decimista Mario de Armas, dejó sobre su tumba el legado de amor de su pueblo natal…

“Descansa sobre esta losa
Nuestro Sonero Mayor
El lajero ruiseñor
De voz dulce y melodiosa;
Pero lo que no reposa
Ni se borra en el olvido,
Es su nombre que ha seguido
Latente en el corazón
De toda la población
De éste su rincón querido.”

Versatilidad fue la palabra que definió la capacidad interpretativa de Benny Moré, de la que dejó constancia grabada en una pieza de Joseíto Fernández, el autor de la cubana “Guajira Guantanamera”: lo mismo cantaba un mambo que un son montuno, una rumba, un cha- cha- chá, un bolero, un guaguancó.

Sin necesidad de formación académica alguna, era capaz de acelerar o retardar el ritmo de la orquesta y los matices eran dados en términos bien peculiares: “Que se oiga- decía- pero que no se oiga”.

Bartolomé Maximiliano Moré fue un hombre eminentemente musical, y de eso daba cuenta su madre, Virginia, cuando recordaba que ponía a tocar a su hermana con una guitarra hecha por él, y al hermano con dos laticas que decía eran bongoes.

Años después el “Bárbaro del Ritmo” detenía la Banda Gigante con la caída de su sombrero; y con la punta del bastón lo levantaba para poner a cimbrar caderas y mover hombros.

Porque su historia musical había comenzado mucho antes, en el barrio lajero de “La Guinea”, bajo el signo de las culturas y toques bantú del Cabildo negro del cual su tatarabuelo fuera el primer rey congo. Los guateques y canturías del campo cubano, tan populares en las décadas del veinte y el treinta, curtieron su espíritu musical.

Sin embargo, pasarían muchos años para que acompañado de su guitarra de cuatro pesos, fuera descubierto en uno de los tantos bares de La Habana Vieja, y luego se acogiera a esa gloria cubana que fuera fue Miguel Matamoros, quien incluyó su genial timbre en el trío que llevó su apellido.

El misterio de un registro poco usual fue definido por un crítico cubano, más allá de los estereotipos que lo sacralizan: “Lo cierto es que Benny Moré está hecho de madera de corazón y su dimensión, por muchas vueltas que demos, no deja de estar protegida por el misterio, para el cual sólo se puede encontrar una explicación inefable al oír su voz, una y otra vez…”

Y es que con él, la escena vivía una especie de encantamiento. Eso explica el fenómeno de su última actuación en la calle “Recreo” del poblado cienfueguero de Palmira, aquel sábado diecinueve de febrero cuando interpretó magistralmente y por última vez “Dolor y Perdón”, antes de que a las tres de la mañana cayera derribado tras “Maracaibo Oriental”.

Venerado como un ídolo, ese lajero extrovertido y espontáneo, pereció a los 44 años, dejándonos el embrujo de disfrutar la cadencia de su voz más allá del tiempo.

Como sintiera Roberto Fernández Retamar, un poeta de su generación:

“!Así que este hombre está muerto!
Así que esta voz
delgada como el viento, hambrienta y huracanada como el viento
es la voz de nadie.
¡Así que esta voz vive más que su hombre
Y que ese hombre es ahora discos, retratos, un sombrero con alas voladoras enormes y un bastón.”

Porque el alma pueblerina del Benny sigue rondando “Santa Isabel de las Lajas”, donde sin charlas con gusto a efemérides a 46 años de su muerte, sólo se deja correr en el plato de un tocadiscos y esa voz única de la música cubana, sigue sonando.

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