Lo llamaron Bárbaro. No porque perteneciera a los pueblos que en el siglo V se extendieron por la mayor parte de Europa, o por ser fiero o cruel. Bárbaro, porque magnífico, excesivo, fue su peregrinar por la música y con él conquistó al mundo. Bárbaro, Bárbaro del Ritmo. La radio cubana le dio tal apelativo, que como apellido cuelga del nombre artístico Benny Moré.
El inigualable, irrepetible “genio popular” de la música en Cuba, partió de este mundo el 19 de febrero de 1963, en el apogeo de su gloria, demasiado pronto para quienes lo amaron y admiraron. Palmira, pueblo de Cienfuegos, guarda memoria de su última actuación. Tres días antes, se había presentadoallí con su orquesta, sin reparar en la salud que languidecía, ni en los vómitos de sangre que hubieran frenado a otros. Yallí se entregó, como solo él lo hacía, a su público.
No fue de rosas el camino que recorrió Bartolomé Maximiliano Moré —el nombre con el que lo bautizaron— antes de llegar a la cumbre de su éxito. Nació en Santa Isabel de las Lajas, pueblo pequeño al cual inmortalizara en el son montuno que más se le conoce, donde conoció muy pronto los rigores de la existencia en un contexto marcado por la pobreza y la falta de oportunidades. El mayor de 18 hijos, se vio obligado, junto a su inseparable hermano Teodoro, a dedicar las energías infantiles a ganarse el sustento y apoyar a la madre en la crianza de los hermanos más pequeños.
Ya entonces el canto era su mejor compañía, mientras dejaba claro un talento innato para el baile y la asimilación de los más diversos ritmos. Parecía haber sido tocado por un don especial, una habilidad y un oído tal, que le permitía asumir variados géneros.
Llegó a La Habana un día de 1936, aupado por el anhelo de prosperar y convertirse en un gran músico. La suerte no se echaba en su regazo, pero él jamás renunció a su sueño y más tarde regresó, para deambular por las calles de aquella ciudad, de café en café, hasta cuando una noche su voz, cautivadora, singular, impresionó al director del septeto Cauto.
Comenzaron a abrirse las puertas de la fama para el lajero. En 1945, el conjunto de Miguel Matamoros le dio la acogida que necesitaba. No sería ya más el cantor que conmovía sin dejar registro, pues con el director santiaguero logró grabar el primer disco. Con esa agrupación viajó a México, donde puso a bailar “rico y sabroso” a muchos y decidió su seudónimo: Benny Moré.
Su popularidad trascendió fronteras. Con su Orquesta Gigante, que fundó en 1953 y donde incluyó a notables instrumentistas, viajó por no pocos países. Venezuela, Costa Rica, Panamá, Colombia, Brasil y Puerto Rico, entre otras naciones, se deleitaron con su magistral interpretación.
Sin embargo, en ningún lugar se sintió tan a gusto como en Cuba, de donde jamás lograron arrancarlo, a pesar de que al triunfo de la Revolución lo tentaron con jugosos contratos en el exterior. “Ahora es cuando yo me siento un hombre con todos los derechos en mi país. De aquí no me saca nadie“, dijo.
Y no lo sacó nadie, porque aun cuando ya no está su voz sigue cautivando; sus canciones se versionan por doquier y por intérpretes de diversas generaciones. Su inigualable estilo todavía acapara la atención y arranca elogios.
Este 19 de febrero, como cada año, la música del Sonero Mayor se multiplicará en el éter, aunque lleve el sabor de la nostalgia. Hoy no faltará quien diga: “Yo no sé/ no sé decirte cómo fue/ no sé explicarte qué pasó/ pero de ti (de tu arte, Benny) / me enamoré”.
(Tomado de 5 de Septiembre)
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