Sobre una repisa encima del piano de Bebo Valdés (Quivicán, 1918) en la casa que el músico cubano tiene en Benalmádena (Málaga), un Premio Grammy muy especial destaca sobre los demás: es el que obtuvo con su hijo Chucho por el disco Juntos para siempre, un trabajo cargado de sentimiento y sabiduría producido en 2008 por su amigo Fernando Trueba, a quien Bebo sigue llamando cariñosamente “Jefe” cuando lo ve, pese a que desde hace algún tiempo su memoria de 94 años baila en una nube.
A pocos kilómetros del hogar de Bebo, en la casa donde Chucho se instaló hace un par de años para estar cerca de su padre, el mismo gramófono dorado de ese Grammy al mejor álbum de jazz latino ocupa un estante privilegiado del estudio, donde hay fotos de Chucho con Dizzy Gillespie, Michel Legrand, Santana, Tito Puente, Herbie Hancock, Chick Corea, Max Roach y una larga lista de artistas. Entre los dos Valdés suman 17 grammy —nueve Bebo y ocho su hijo—, el último de ellos logrado con Chucho’s steps (2011), un disco de puro jazz afrocubano con homenajes al fundador del grupo Weather Report, Joe Zawinul, y a la familia Marsalis, además de a su hijo más pequeño, Juliancito, y su esposa, Lorena. Ambos viven ahora con él en Benalmádena, pero esa es otra historia.
Trueba está aquí para saludar a los Valdés en sus respectivos refugios malagueños y para escuchar el nuevo disco de Chucho, todavía en fase de mezcla, en el que explora influencias árabes, flamencas y hasta comanches, y que cuenta con la colaboración especial del saxofonista estadounidense Brandford Marsalis. El cineasta lleva una buena noticia: muy pronto se reeditarán en una sola caja los ocho discos que grabó con Bebo después de filmar Calle 54, empezando por El arte del sabor (2001), con Cachao y Patato Valdés, por el que ganó su primer premio de la academia de la música estadounidense, pasando por el éxito de Lágrimas negras (2003), con El Cigala, o el que grabó en el Village Vanguard con el contrabajista Javier Colina (2007), y por supuesto el doble Bebo de Cuba (2004) y el último de su carrera, Juntos para siempre.
“¡Joder…! Es que han sido ocho discos y cuatro películas con Bebo en diez años”, exclama el cineasta en el tren. “Y no sabes lo bien que nos lo hemos pasado juntos”, constata con placer y a la vez con cierto nervio.
Trueba y Bebo no se ven desde el verano pasado, cuando murió la última esposa del pianista, Rose-Marie Perhson, con quien vivió 40 años en Estocolmo antes de instalarse juntos en Benalmádena. Desde hace algunos años Bebo dejó de actuar en público —“se me va la cabeza, puedo empezar tocando un mambo y acabar en un chachachá”, bromeaba él mismo—, pero ahora el alzhéimer ha avanzado y los momentos de lucidez son cada vez más fugaces.
Sin embargo, nada más abrirse la puerta y ver entrar a Chucho acompañado de su amigo, Bebo se ilumina: “¡Coñoooo, llegó el Jefe”. Como un muelle, abandona la partida de dominó y la taza de café sobre la mesa (como buen cubano, no podía estar haciendo otra cosa) y salta al piano: “¿Qué quieres que toque, Jefe?”. Trueba le responde: “Lo que tú prefieras, Bebo, lo que te apetezca”.
Empiezan a caer entonces El cumbanchero, Lágrimas negras y melodías de jazz como You belong to me, hasta desembocar, con ayuda de Chucho, en La comparsa, el fabuloso tema de Ernesto Lecuona, cubano como las palmas, que tocaron juntos en Calle 54. “Fue la historia de amor de la película”, recuerda el director de aquel encuentro tan especial en los estudios de Sony Music en Manhattan.
Lo de Bebo esta tarde también es increíble: lucha, bucea en sus recuerdos, vuelve, se va y retorna agarrado al ritmo hasta encontrar el camino de salida… En los rostros de Chucho y de Fernando hay alegría y también lágrimas contenidas; emoción nórdica en el de Rickard, hijo de Bebo y Rose-Marie, quien desde la muerte de su madre se ha instalado con él.
El piano es un poderoso pie en la tierra para Bebo. Lo conduce sin apenas darse cuenta a su pasado y de allí lo trae de regreso a sus seres queridos y a lo mejor de su vida a través de melodías de ayer y de siempre, el Son de la Loma, Sabor a mí, La gloria eres tú. Javier Colina, que lo visitó recientemente, cuenta que Bebo estuvo tocando dos horas para él sin parar un minuto, feliz.
La relación entre Chucho y Bebo es mágica: los dos nacieron en el mismo pueblito cubano de Quivicán el mismo día — un 9 de octubre—, uno en 1918 y el otro en 1941; y aunque sus vidas han estado siempre unidas por el piano y la música cubana, también han estado separadas demasiado tiempo por la política, pues Bebo se marchó de Cuba en 1960 y no quiso regresar más. Tuvieron que esperar casi dos décadas para el reencuentro, pero desde entonces padre e hijo se han visto en numerosas ocasiones y han trabajado juntos. Ahora Chucho se ha mudado definitivamente a Benalmádena para cuidarle.
“Aquí voy a grabar mis próximos discos”, asegura Chucho mientras muestra el estudio que acaba de construir en su casa, donde al entrar reciben dos grandes imágenes de la Caridad del Cobre y la Virgen de Regla, Ochún y Yemaya en la santería afrocubana. El pequeño estudio está equipado con la más moderna tecnología, y Valdés cuenta que acaba de ser inaugurado de un modo singular: “Cincuenta niños del colegio de Juliancito han pasado por aquí a grabar el himno de la escuela”.
Su último disco saldrá en primavera, distribuido por Armonía Mundi, aunque todavía no está la mezcla definitiva. En Abdel, de influencia oriental, el saxo soprano de Marsalis se convierte en un instrumento encantador de cobras; Afrocomanche es un viaje jazzístico a las raíces indígenas de EE UU en busca de un inquietante vínculo con el mundo afrocubano, que Valdés ha documentado con el Instituto Smithsonian de Washington.
La importancia que Chucho concede a la familia está presente en este álbum más que en ninguno: el tema Caridad Amaro, que lo interpretó a piano solo en Calle 54, esta dedicado a su abuela; Pilar es su madre, recientemente fallecida, y ya fue grabado como canción con Pablo Milanés, aunque ahora ambos temas adquieren una dimensión distinta. Y Bebo es la columna central del disco, un homenaje a su maestro en el que Chucho toca “al estilo” de los dos a la vez, más la fuerza de su quinteto detrás y la guinda del saxo de Marsalis. Si bien el propósito en adelante es trabajar en su estudio, este álbum fue grabado en La Habana en diciembre —se da la circunstancia de que Marsalis obtuvo licencia en EE UU para grabar en Cuba, pero no para actuar en público, por lo que no pudo presentarse en el Festival de Jazz de La Habana—.
De vuelta a casa de Bebo suenan otra vez las fichas de dominó. Oscurece. Sobre la mesa hay una taza de café (descafeinado) y en el equipo de sonido se escucha un danzón, pero interpretado moderno, al estilo de Frank Emilio.
Los Valdés se han refugiado en Benalmádena, donde todo el mundo los quiere. En las próximas semanas se pondrá el nombre de Bebo a una glorieta y recientemente la Diputación de Málaga declaró a Chucho “hijo adoptivo” de la provincia,
En el horizonte de Chucho hay viajes a Rusia y a Tokio —una fábrica de instrumentos japonesa acaba de sacar una línea de pianos Chucho Valdés— y también tiene previsto encontrarse con Lang Lang para tratar de una posible colaboración. Pero, dice, ya no se separará más de Bebo, que ahora ríe a carcajadas al lado de Trueba, su Jefe. Suena una rumba y Bebo regresa, querría seguir tocando el piano hasta el fin de los días.
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