Si algo debía quedar en la historia es la capacidad que tiene hoy el Ballet Nacional de Cuba (BNC) para presentarse en varios escenarios sin perder el sello que lo identifica. Uno en Europa, otro en Cienfuegos. Ambos representando la danza como auténtica magia corporal, como plena socialización del arte en su público. De las figuras arraigadas resulta fácil hablar, incluso opinar.
Pero de las nuevas, esas que estrenan roles protagónicos y asumen coreografías emblemáticas del BNC, fundado en 1948 bajo la guía de Alicia Alonso, es cuestión de vida o muerte. En ellos reposa la trascendencia de un legado que no por antiguo se hace menos digerible, menos contextualizado a las últimas corrientes de la danza.
Las ganas de bailar de las bailarinas del BNC -explicitadas en conferencia de prensa previa al inicio de la XI Temporada de la Danza- se notaron en los tres días de espectáculo en el teatro Tomás Terry. Desde posturas más clásicas como Umbral (coreografía de Alicia Alonso, música de Johann Christian Bach y escenografía de Zaida del Río), Preciosa y el aire (coreografía de Alicia Alonso, sobre el poema homónimo de Federico García Lorca) y Giselle (escenas del segundo acto), el Ballet Nacional reafirmó su condición de majestuoso y de élite. Tales interpretaciones tuvieron una excepcional apoyatura en el vestuario y el trabajo de las luces. La invitación de figuras como Manu Navarro, primera bailarina de Panamá, y Luca Gaccio, artista de la Ópera de Roma, para bailar Giselle, devino momento de lujo, sobre todo porque la complicidad entre foráneos y del patio se hizo notar como piezas de un mismo collar, de una misma devoción. Mientras, otras de un toque más contemporáneo hablaban de aires renovadores, de: ¡no en lo clásico se encarcela el arte!
Me asfixia, coreografía de Maysabel Pintado, sitúa al hombre en un mundo circundante real, limitado, subjetivo y de conflictos. Nos ubica en el mismo punto donde todo es cuestionable, donde el hombre intenta liberarse para entonces volver a respirar, volver a sentirse su propio Dios. Quizás el modo de interpretarla, el empeño de las luces y la fuerza del conjunto danzario, la convierten en “lo mejor” del programa concierto, aun cuando Giselle siempre será Giselle si el BNC está sobre escenario.
Otras en la misma cuerda de contemporaneidad y como resultado del Taller Coreográfico del Ballet, del cual no se nutrían desde 1965, visualizan un relevo ingenioso y de fuerza poética. Imprescindible es resaltar que se deja claro en la concepción de los movimientos, en la manera de contar historias, lo cubano como sujeto danzario, como arte que se mueve. “Majísimo, obra ya interpretada en Cienfuegos, da cierre a la función con una suerte de ‘contrapunto entre aires hispánicos y la técnica del ballet clásico‘. Pero antes, Yo, Tú, Él, Ella, y Retrato, coreografías de reciente creación, se sumaban al repertorio para diversificar y demostrar que con nombres como el de Regina Hernández y Lyvan Verdecia prosigue un legado”, apuntan otros colegas.
Las siete obras del programa concierto muestran la empatía de un conjunto que dignifica lo artístico, porque para ellos no existen otros caminos, otros destinos que lo conduzcan al decir en y para Cuba. Me asfixia, reitero, muestra una historia diferente, cuestionadora en esencia ya sea consigo misma o con el mundo circundante. Y sale de las entrañas del Ballet Nacional de Cuba; nunca fue el fin…, la Alonso se multiplica. (Tomado del Cinco de Septiembre)
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