Atilio Caballero camina por la ciudad con pasos largos. Tuerce de vez en vez su pelo crespo que siempre esconde debajo de una gorra. Su rutina matutina después del café descansa sobre una bicicleta. Pedalea y mira el mar. Pedalea y su hija le pregunta sobre el cielo. Pedalea y Fabricio calla. Se siente un hombre universal que nació en Cienfuegos.
Su estilo estético atrae la vista y lanza sospechas de intelectualidad para quienes no le conocen. Ha caminado medio mundo, pero aterrizó en esta urbe al centro de Cuba por prudencia, le atrae demasiado el divertimiento de las ciudades cosmopolitas y seductoras. No duerme, escribe.
“Uno tiene intuiciones en la vida. Hemingway decía que uno odia a muerte su ciudad natal o la ama con desmesura, o sea, no hay términos medios en estos casos y creo que tiene razón. Uno no puede ser indiferente a su ciudad natal. En mi caso la amo con todos los defectos que pueda tener y con todo lo que uno quiere que sea mejor (…) La Habana es una gran capital como lo es Madrid, Milán…, donde viví por algún tiempo. Intensas. Pero cuando uno sabe lo que quiere puede perfectamente prescindir de ellas. Yo pertenezco al mundo, el mundo es mi ciudad, aunque haya nacido en un lugar específico”, dice Atilio Caballero, único escritor cubano que ha ganado dos veces el premio Alejo Carpentier, en los primeros momentos del conversatorio Café con Arte, encuentros con personalidades de la provincia que el teatro Tomás Terry ha diseñado en jornada por la cultura cubana.
“Mi regreso no fue traumático. Regresé porque quería hacerlo, quería escribir con la calma y el entorno que ofrece Cienfuegos (…) Fue un reencuentro. Descubrí que había cosas en la literatura que no podía lograr, pero sí en el teatro. No es que trabaje lo dramático como un complemento de la literatura, ya a estas alturas no lo es. El teatro se ha vuelto muy importante para mí, me resulta más divertido incluso. Igual me fajaba con los actores, decía que no regresaría y volvía la semana próxima, me fajaba y volvía…, esa es la dialéctica”, acota y uno en la memoria reconstruye escenas orgánicas de Teatro La Fortaleza, se acuerda de obras excepcionales como Zona o Espantado de todo y se pregunta qué hace este hombre universal anclado a la brisa de la ciudad nuclear, allá donde casi todo murió.
Al inicio en el mundo de la intelectualidad le presentaban como poeta, luego novelista, después cuentista, y finalmente director de teatro. Cada uno de esos Atilio cabalga y come por el césped que ha creado con su vida. Las ideas le queman y no tiene otro remedio que devolverlas en puro acto creativo. Se concentra y el mundo puede desfallecer.
Durante las casi dos horas de conversación, el anfitrión Miguel Cañellas Suieras, director del teatro Tomás Terry, direccionó el diálogo hacia las zonas menos visitadas en la vida de Caballero, y mostró al deportista, al esposo, al padre y amigo que muchos desconocen, aunque él siempre los desnuda en los edificios de letras que entintan en las editoriales cubanas o foráneas.
“Hay personas que me saludan no porque me conozcan a mí, tengo una familia numerosa. Uno no tiene donde esconderse en esta ciudad (…) Yo apenas duermo, comienzo a trabajar cuando mis hijos se duermen que nunca es temprano. Puedo estar escribiendo hasta las cuatro de la madrugada, me acuesto y a la siete me levanto para llevarlos a la escuela en bicicleta. Esa es mi cotidianeidad creativa y vital (…) Los grandes escritores reconocidos nunca se casaron ni tuvieron hijos, ni Kafka ni Octavio Paz… Con la familia la cuesta se hace más difícil de subir, pero se hace”, agrega y mira desde el escenario a su esposa Ariana, ella lleva un vestido largo verde, y su pelo negrísimo sobre la espalda.
Un ambiente casi íntimo rodeó la relatoría de Atilio Caballero, acompañado de su taza de café sin asa, de fotos sobre su vida, de la presencia de actores y amigos del mundo intelectual en Cienfuegos. Un tabaco que no apagó.
En Cuba hay un potencial cultural, debemos ocuparnos de ampliar y darle una mayor visibilidad a lo que ya existe. Hay segmentos interesantes en cuanto a la creación literaria o teatral dentro del territorio, lo que no tiene la adecuada visibilidad, la que merecen. Sucede con la música de concierto, con las artes plásticas (…)”, relata y la audiencia calla, escuchan las inquietudes del intelectual más completo de Cienfuegos.
En medio de la jornada por la cultura cubana hablar de José Martí para este hombre de letras profundas es indispensable: “Uno vuelve a Martí como vuelve al Quijote, y entonces nuestra lectura de la obra martiana es producto de esa acumulación de su obra, sobre todo, de la correspondencia que Martí recibió”.
Atilio lleva consigo, y se vanagloria de ello, carpetas y carpetas de buena música y libros de primera línea. Le interesa compartirlo como mismo el mar comparte las olas. Lleva consigo la imagen desenfadada, la gordura de sus dedos y el pelo rizo debajo de la gorra. Lleva consigo el teatro y las arrugas del escritor.
Les invito el día 7 de noviembre al estreno de mi última obra Todos mis hermosos caballos, un espectáculo muy particular que tiene como génesis una idea propuesta por uno de mis actores. Va sobre qué hacia él para suplir la ausencia de esos caballos y yo voy contaminando ese texto con alusiones al mundo equino desde la literatura (…) También estamos en un proceso de creación que parte de un texto de Rogelio Orizondo llamado Vacas, es una especie de comunión entre distintos grupos de teatros”.
Casi dos horas de conversación, de una entrevista a un amigo según define Cañellas Suerias. Casi dos horas de conversación con café de por medio, donde los títulos de sus obras rodaron en la pantalla oscura y hubo lectura.
Nuestro Caballero vuelve a la rutina creativa… él pedalea y su hija le pregunta sobre el cielo. Pedalea y Fabricio calla. Él se siente un hombre universal que nació en Cienfuegos.
(Tomado de 5 de Septiembre)
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