Alberto Vega Falcón, Quijote con la adarga al brazo

No por sobradamente merecida nos deja de sorprender el anuncio de la entrega del Premio Nacional de Cultura Comunitaria a Alberto Vega Falcón, un hombre cuya actividad en el ámbito de la cultura es difícil de resumir por sus amplísimos contornos.

Veguita, como se le conoce en cualquier espacio más allá de los círculos culturales propiamente dichos, es mucho más que un hombre de cultura, es un hombre de sociedad, porque los tentáculos de su quehacer se afincan en terrenos más amplios de lo que es considerado cultura por la mayoría; es decir, su incansable actuar durante décadas no se reduce a las bellas letras, sino a un concepto de mayor profundidad, que es el papel del arte en el entorno social. El arte no como espectáculo, ni como producto, sino como acto vital, como testimonio humano, como fe de vida.

Veguita es un intelectual porque trabaja con el intelecto, con las ideas, y para ello se vale, entre otras cosas, del arte. El arte es un instrumento y no el objetivo de su vida. Su campo de intereses es tan variado que pocas personas lo conocen en su totalidad. Algunos conocen al poeta, pero al poeta popular, lo cual no significa que sea famoso, lo que sin dudas es, sino que es reconocido e identificado como tal y muchas de sus décimas, de sus redondillas, andan de boca en boca por los confines de la provincia y mucho más allá, porque la cultura raras veces reconoce las fronteras que los hombres imponen.

Veguita, si vamos a ser objetivos, es poeta, narrador, promotor cultural, periodista, locutor radial, animador de peñas y concursos, organizador de eventos, contador de cuentos, humorista, hacedor de chistes y otras tantas cosas, todas ellas de manera orgánica, como si fueran una sola. No sabemos dónde termina el poeta y empieza el locutor, donde termina el periodista y empieza el promotor cultural, porque en Veguita todos esos elementos conforman una sola estructura, un solo cuerpo. Pero el principal oficio de Veguita no es ninguno de ellos por sí solo, su principal oficio es el ser humano, saber conducirse, aun siendo tantas cosas, como un hombre común, capaz de encontrarte en una esquina y darte un abrazo de hermano, hacer un chiste verde o maduro, invitarte a un trago o llamarte a la casa para darte una buena noticia.

Mi vecina Rosa Sarzo es presencia constante en la peña que organizo en mi casa y siempre lee un cuento simpático de los que Veguita escribe para la publicación Montañés; ella los colecciona e hizo un libro con ellos, privilegio que tenemos quienes accedemos a esas estampas, casi siempre campesinas, que Veguita narra. Algún día debieran publicarse en forma de libro por su extraordinario valor literario, humorístico y auténticamente popular.

Vega Falcón, ayer, en encuentro desarrollado en la UNEAC
Foto: Modesto Gutiérrez

Veguita nació en La Rosita, en pleno campo cerca de Ciego Montero, es guajiro y no lo niega. No intenta, por otra parte, parecer un hombre de ciudad, pero en realidad es las dos cosas a la vez, es una simbiosis que recoge los mejores elementos que ambos tienen, sin contradicciones.  No diremos el lugar común de que vive en la ciudad, pero con el corazón en el campo, ni viceversa; es síntesis de lo mejor del campo y de la ciudad. Es popular sin alardes, con ese raro equilibrio que solo tienen las personas auténticas.

Es un hombre cívico y aunque vive entre artistas e intelectuales, quienes a veces suelen disputarse sus logros artísticos e impugnar a sus colegas, jamás habla de otros, si acaso para reconocer un mérito. Varios compañeros suyos, de la Uneac o no, debían tomar su ejemplo. Habla siempre bajo y suele acompañarlo una sonrisa.

El jurado que dirimió el Premio Nacional de Cultura Comunitaria recibió un expediente donde se exponen elementos de su obra creadora, de los tantos libros de poesía y narrativa, investigaciones y crónicas que exploran en lo mejor del ser humano, de los miles de programas radiales, los cientos de artículos, de los tantos años animando guateques u organizando festivales de tradiciones campesinas, pero no sé si el expediente pudo recoger con claridad el valor de la persona extraordinaria que vive bajo la piel de este hombre pequeñito y simpático, con su sonrisa a flor de labios, como un gnomo caminante que, a pesar de sus más de siete décadas de incansable andar por guardarrayas y avenidas, como un Quijote siempre con la adarga al brazo, porque esos elementos humanos no suelen aparecer en los expedientes. Pero  fue un acto de justicia que, como decía la querida Teresita Fernández, es un acto de amor.

En cierta ocasión se corrió la infausta noticia —solavayaa—de que Veguita había muerto, en un rato vinieron a preguntarme varias personas. Yo llamé a una amiga común y comprobé, por suerte, la falsedad de la información. Pude verificar que es una persona querida. Dicen que es símbolo de buena suerte. Salud para Veguita.

Por ahí anda una redondilla, cuyo autor no conozco, que retrata a nuestro amigo y flamante Premio Nacional de Cultura Comunitaria y con esta cerramos este comentario-felicitación que me encargara el editor Jefe de 5 de Septiembre a un hombre que es una fortuna y un tesoro viviente de nuestra cultura nacional:

Veguita está muy mal hecho

Es chiquito y cabezón

Pero tiene un corazón

Que no le cabe en el pecho

(Tomado de 5 de Septiembre)

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