No es el intentar repetirlos, o el reproducir mecánicamente sus ideales lo que hace que honremos a los grandes de la historia patria. Primero, porque son irrepetibles, y segundo, porque no legaron hondos pensamientos para un simple aprendizaje de palabras, sino como lecciones de vida que necesitan ser enriquecidas en el quehacer diario para poder echar raíces.
Es así como los pueblos erigen sus más sagrados valores, porque a los procesos de aprehensión de los valiosos legados que componen su devenir histórico, les incorporan la sabiduría popular del construir, del luchar por las causas que les son más cercanas, más propias, del hacer que requiere convicciones para materializarse.
Solo cuando esa continuidad es lazo conciliatorio entre predecesores y quienes deciden darle curso en el futuro al camino iniciado por ellos, verdaderamente existe la certeza de reconocernos en los que jamás por ambición, sino por el mérito que dan los infinitos sacrificios en bien de la Patria, inscribieron sus nombres en el selecto pergamino de la inmortalidad.
Es por eso que cuando los cubanos afirmamos nuestro reconocimiento a un ideal como bandera, va en esa afirmación intrínseca toda la sinceridad de un pueblo sabio, que con la experiencia que le han dado su batallar incansable y sus siempre claras y justas metas, sabe perfectamente de qué se trata una elección como esa, y de lo que implica para su propia existencia, crecimiento y libertad.
Sépase entonces, cuán abarcadora es la dimensión de lo que ya constituye para nosotros tradición, principio con celo atesorado, guía indispensable en la construcción de una justa sociedad: sabernos irrenunciablemente martianos.
Revivir en cada día del presente la inmensa obra del Apóstol, asumirla como interpretación sincera de la naturaleza humana, de los ámbitos del deber, de la correlación pocas veces tan magistralmente entendida del decir y el hacer, es en igual cuantía reto y privilegio.
Reto, porque hace falta mucha entrega para estar a la altura de tamaña dignidad, de la humildad que convive con el desprendimiento ilimitado, de la sabiduría que no se conforma con el hoy, sino que apunta al mañana. Privilegio, porque aunque es ejemplo irradiado para el mundo, fue Cuba la madre inspiradora de toda la nobleza y el amor libertario que lo acompañaron siempre.
Transitar el sendero de profundas virtudes y meritorios actos que trazó Martí con su existencia, ha sido motivación indescriptible en cada momento histórico que siguió a su andar por esta tierra. Reconocerlo como ideólogo por excelencia de las luchas del pueblo cubano por desprenderse de los lazos opresores, sirvió para dar curso a los más nobles empeños en pos de hacer ese sueño realidad.
Dígase Fidel, y se habrá citado así al mayor martiano de todos los tiempos, al visionario que llevó el legado de su pensamiento al más alto nivel de interpretación y realización y que, aun después del triunfo, mantuvo siempre la defensa a ultranza del estudio de su obra como componente indispensable en la formación de todo revolucionario.
No es posible visualizar un solo instante en la construcción del socialismo cubano, sin la presencia latente de un Apóstol que parece renovarse en la medida en que cada paso consolida la fuerza de esta obra común, en cuyo crecimiento se han juntado todas las manos nobles conocedoras de que «la Patria es ara y no pedestal» y que el amor a ella es también «el odio invencible a quien la oprime y el rencor eterno a quien la ataca».
Oscuras tempestades se ciernen sobre esta humanidad, que incapaz de unirse para protegerse a sí misma, ha sostenido sus insulsas diferencias sobre la impostergable necesidad de marchar por el bien común. Sin embargo, ha sido Cuba una vez más torrente solidario, clara voz de esperanza entre murmullos de muerte y abandono, faro para América Latina y para el mundo como siempre predijo aquella estrella que nació en la calle de Paula.
En los tiempos que corren, nuevas dimensiones se han sumado a nuestros martianos preceptos, porque esta vez no se trata solo de la defensa de la tierra redentora en que vivimos (premisa permanente de cubanos y cubanas), se trata de asistir al desposeído, de abrirle paso a la vida entre los conflictos de poder.
Asistimos a un momento en que se multiplica el humanismo que nos corre por las venas, en que se acrecienta el internacionalismo, en que somos más antimperialistas que nunca, porque sin rastro alguno de vergüenza, ese enemigo de los pueblos apuesta por una asfixia tan o más cruel que la que provoca en los enfermos el virus mortal.
¡Somos martianos, sí!, y hay en esa afirmación un orgullo desbordante. El orgullo de beber de tan cristalina fuente de valores, de saber que la elección del deber no siempre es la más grata experiencia, pero sí la que más engrandece al ser humano. El orgullo del que se sabe útil y entiende que el sacrificio de hoy es la garantía de la sonrisa del mañana.
Es enero y es por tanto inevitable que florezca la fidelidad a tu legado, porque 168 años después de aquel parto de Leonor, no dejas de educar, de edificar la ética que predicaste desde el ejemplo personal, de mover sentimientos que superan el ámbito de un individuo para convertirse en universales.
Martí, si bien es cierto que el acercamiento de los cubanos a tu legado comienza con la guía de generaciones más maduras, que muestran en tus palabras y actos lo ejemplar que puede ser la existencia de un hombre, no pasa mucho tiempo para que la propia conciencia, aun en los años infantiles, se incline a querer con transparencia al que primero es autor de La Edad de Oro y después, reflejo de conceptos indispensables para la vida y el actuar.
Habitas el espacio sagrado de los paradigmas, ese que tu pueblo ha reservado para formar sus convicciones, para discernir entre lo justo y lo cruel, entre la verdad y la mentira. Ese, gracias al cual podemos distinguir al verdadero patriota del mercenario asalariado, que finge querer lo mejor para su país.
De esa manera te sentimos nuestro, de esa manera te honramos. Hoy y siempre, en el pecho de quienes somos a la vez fruto y árbol de la Revolución, continuidad de hoy y ejemplo de mañana, se podrá leer tu nombre porque, a todo revolucionario, lo habita un Martí.
(Tomado de Granma)
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