A los 120 años de un palmireño para todas las épocas

Transcurre, sin penas ni glorias a escala nacional en el terreno de las recordaciones, el año del aniversario 120 del nacimiento de uno de los compositores patrios significativos del siglo XX: el maestro Eusebio Delfín, palmireño, cienfueguero, cubano preciso de evocar en cualquier época, por distante de la suya pareciera el punto cardinal donde se situare la actual.

 

Hoy día permanece casi olvidado del sistema mediático cubano, no sea en determinada evocación fugaz televisiva o algunos momentos puntuales de emisoras interesadas en salvaguardar el patrimonio musical autóctono, a la manera de Habana Radio. En el plano local, espacios como el recomendable Entre un hola y un adiós (Radio Ciudad del Mar, 1 y 30 de la tarde), por citar el más sistemático, incorporan letras suyas. Su natal Cienfuegos lo perpetuó a través del concurso de música con su nombre, el cual identifica, además, a una de las instituciones culturales más prestigiosas de la ciudad: el estudio de grabaciones dirigido por el cantautor Lázaro García.

Sin embargo, hablamos ya en sentido general, en los tiempos bárbaros (estos al final sí llegaron, a diferencia de la espléndida novela de Coetzee) del “tú sabes”, descerebrados agarrándose testículos o cadenas en hora punta de la televisión nacional, los “yonkis”, cuatro tomates por veinte pesos, dos cuadras por 50 y los combos mata neuronas e inenarrables de Belleza Latina con La Voz Kids, no parece haber demasiado tiempo, ni ánimos, ni candor, ni romanticismo ni la proyección espiritual para procurar razón de la niña que en el tronco del árbol grabó su nombre henchida de placer y el árbol conmovido allá en su seno a la niña una flor dejó caer.

Ese teatro Tomás Terry, sede de los concursos en su honor, fue el escenario primero que le vio actuar, hace justamente 97 años. Algunas fuentes sostienen que en 1921, otras en cambio lo ubican en 1923, pero el caso es que le corresponde el honor de ser precursor de las grabaciones discográficas en nuestro país. En dicha placa producida por la RCA Victor grabó varios temas cubanos, como solista o junto a Rita Montaner u otros intérpretes, en dúo. Con la Única llevó al fonograma el tema Pensamiento, de Rafael Gómez Mayea (Teofilito); además de otros dos números.

No sería hasta 1925 cuando se traslada de manera definitiva hacia la capital, lógico destino del artista ya reconocido a escala nacional, plaza donde redimió las posibilidades de la entre la “gente bien” desdeñada guitarra y desató una furia de aprendizaje del instrumento entre los jóvenes acaudalados, quienes hasta entonces la consideraban patrimonio de “clases menores”. Delfín introdujo modificaciones en el modo de tocarla, al desplazarse del rayado tradicional a una variante semi-arpegiada. Su estilo sumó muchos seguidores.

Descendiente de familia de altos ingresos, el Eusebio niño-adolescente había conocido una vida bien lejana de la pobreza imperante en la Cuba seudorepublicana. Tuvo buenos estudios en los colegios Montserrat y de los Hermanos Maristas, de Cienfuegos. En ambas instituciones recibió lecciones musicales. A los siete años, ya contaba en el coro de la primera.

Gran parte de sus conocimientos sonoros se los debió a los profesores Gelabert, Fernández Barrios y Vicente Sánchez Torralba.

La opulencia le rodearía durante toda su vida, pues además de ser director del Banco Comercial de Cuba, contrajo matrimonio con Amalia Bacardí, hija del magnate ronero. Tan poca falta le hacía el dinero que donó a obras benéficas 200 mil pesos ganados en presentaciones nacionales: equivalentes a igual cantidad de dólares a la sazón, por ende verdadera fortuna para el período.

Más allá de su reconocida voz de barítono y sus innovaciones guitarrísticas, instrumento en el cual los entendidos, sin embargo, afirman no resultó sobresaliente, Delfín fue, sobre todo, un extraordinario musicalizador, quien trasladó al esquema bolerístico o cancionístico textos poéticos de Amado Nervo, Gustavo Sánchez Galarraga, Mariano Albaladejo, Ángel Lázaro, Pedro Mata u otros. Incluso, a ¿Y tú has hecho?, quizá su pieza más internacionalmente conocida, se le atribuye el núcleo original en versos aparecidos en un calendario, pertenecientes a algún autor mexicano. Da igual, esto es como lo del jardinero y la flor. ¿De cuál de los dos será? De quien la encaminó, cual hizo Delfín con la pieza inmortal: puro deleite auditivo, estético, artístico al escucharla en las voces, por ejemplo, de María Teresa Vera o Miriam Ramos. La también cienfueguera artista incluyó a su coterráneo en el extraordinario álbum con el cual ganara el Gran Premio del Cubadisco del año.

De la autoría absoluta del trovador nacido en Palmira en 1893 sí son El ciprés (1918) y Nunca más (1936), la primera y última canción surgidas de su pluma. Después de 1956, cuando actuó en público en compañía de las hermanas Martí, nunca volvió a hacerlo. Murió en la capital en 1965. Pocos meses antes le habían rendido homenaje postrero a esta gloria de Cuba, quien precisa recordarse mucho más, más allá de coyunturas o aniversarios.

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