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Identidad e Historia
Tradiciones y Leyendas
El Combate de las Piraguas




El anciano cacique, viendo que no hay tiempo que perder, llama a su presencia al bravo Ornoya. - Los de Orconoy vienen en son de guerra, - le dice - para robarnos bienes y mujeres, después de matarnos. Nuestra salvación está en tus manos, ahí están mis guerreros, condúcelos a la victoria o a la muerte. A lo que contesta altivo Ornoya: - Por la diosa de jagua te juro que, o mando al fondo del mar al jefe de los lucayos, o perezco en la demanda.
Corre enseguida a la playa donde le esperan armados pero indecisos los guerreros; arrastran las piraguas al mar, embárcanse ágiles en ellas, retumban los caracoles, blanden lanzas y macanas y gritan retando, avanzando, al encuentro del enemigo. También Ornoya dirige y alienta a los suyos. Resalta su figura arrogante, de piel broncínea, adornada la cabeza de plumas blancas y azules, armada la diestra de robusta maza.
Terrible es el encuentro. Chocan las piraguas y se acometen con furia lucayos y siboneyes, a punta de lanza y a golpes de maza. Caen heridos o muertos al fondo de las embarcaciones o en el mar, vuélcanse algunas piraguas y sus ocupantes continúan luchando rabiosamente en el agua. El combate se mantiene fiero e indeciso por largo tiempo.
El cacique invasor anima a los suyos y les da ejemplo de bravura blandiendo con singular acierto su terrible macana, que a cada golpe destroza un cráneo enemigo. Ornoya compite con él en valor y fiereza, teniendo en su favor la juventud. Irritado por la persistencia de la lucha y queriendo darle una pronta solución, va decidido al encuentro del temido cacique. Hace maniobrar la piragua y logra acercarse a la que ocupa el jefe lucayo, enfréntase con él, y lo reta a singular combate. Acoméntese fieramente con las macanas. Esquiva Ornoya, con rápido movimiento, un golpe del viejo guerrero y de un salto se precipita en la piragua enemiga, en alto la maza, que cae pesada sobre la cabeza del fiero cacique Ornocoy, que vacila y cae, roto en cien pedazos el cráneo.
La muerte del jefe hizo que los lucayos flaqueasen, mientras que los siboneyes, enardecidos con el ejemplo de Ornoya, que cual genio de la destrucción siembra el terror y la muerte por doquier, redoblan sus esfuerzos hasta conseguir una completa victoria. Las piraguas enemigas que no habían sido destrozadas o volcadas, intentan huir, pero son perseguidas y apresadas. Los prisioneros ascienden a más de dos centenares y entre ellos se cuentas seis caciques.
Ornoya da orden de volver a la playa, donde mujeres, niños y ancianos habían presenciado anhelosos el combate y ahora esperan alborozados a los vencedores, a los salvadores de jagua. La impaciencia hace bullir, gesticular y gritar a la muchedumbre que espera. Se acercan las piraguas de sus guerreros, en dos filas, llevando a remolque las vencidas. Destácase la hercúlea figura de Ornoya, que cruzados los brazos y al viento las leves plumas de su erguida cabeza, asiste emocionado al júbilo de sus guerreros y sonríe a las demostraciones desbordantes del pueblo.
(Tomado del Libro: "Tradiciones y leyendas de Cienfuegos", de Adrián del Valle, 1919)